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10 de abril de 2012

Arena recorriendo la suela de mis pies.

Allí estaba yo. Caminando junto a mi amiga, por la orilla del mar. Ella me contaba cosas y yo la escuchaba. Pero cuando las dos nos quedamos en silencio mil sensaciones recorrieron mi cuerpo. No sé ella, pero yo estaba sintiendo placer. Veía el mar, alargándose tan azul y precioso como el solo. Si lo miras te evades de todo. Da la sensación de no tener final, aun que yo se que al otro lado del mar Medíterrano ,que ese día corría por debajo de mis pies, se encuentra otro país me gusta pensar que es infinito. Seguíamos caminando. Pequeñas conchas me pellizcaban las suelas de los pies. Pero yo no me quejaba, era confortable. Me paraba escuchar el vaivén de las pequeñas olas que se formaban a medio venir y morían en la orilla. Y por dentro mía me preguntaba por qué cuando yo vengo en verano hay tantísimas olas y cuando nadie se baña hay tan pocas. Con lo mucho que odio yo el oleaje intenso. El sol me penetraba por la piel y yo lo sentía. Supongo que uno de los inconvenientes de mi piel tan blanquecina es que enseguida atraigo al sol, que se pega a mi y no para hasta quemarme. Pero en ese momento me daba gusto sentirlo, porque era la sensación de que el verano se estaba acercando. Cada vez estaba más cerca. Aun estábamos en abril, pero el clima de Gandía es así, qué se le va a hacer. Nadie se queja, tiene más días de playa y gozo. Miré al cielo, esperando encontrar alguna pequeña nube que tal vez estropease el día. Pero no, estaba completamente despejado. Me sorprendí. Miré al frente y vi acercarse a dos ancianos, agarrados de la mano, mirándose a los ojos y sonriendo. En mi opinión eso si que es amor verdadero. No perder el amor, ni el cariño, ni la pasión. Nunca, ni 70 años después. Veía a niños alegres, despreocupados correr por la orilla, coger agua en sus cubos y llevarla corriendo al hueco donde sus padres los esperaban para echarla. Era un paisaje precioso. Perfecto. Esbocé una pequeña sonrisa. No sé muy bien por qué, pero en ese momento me sentí feliz. Tal vez porque el mar, el ambiente húmedo, la arena, las risas de la gente y el olor a sal hicieron olvidarme de todos mis problemas, preocupaciones y penas. O tal vez por que comprendí que por muchos palos que te de la vida, te levantas y acabas con tu marido y tus hijos construyendo castillos de arena en la playa o paseando con tu marido, a los 80 años, por la orilla del mar, mirándoos como dos jóvenes enamorados. Que por muchos problemas y malos tiempos que me ronden y por muchos fracasos que ocurran a lo largo de mi vida, ninguno va a poder derrumbarme. Y así seguí, sonriendo hasta que ella me dijo: Emma, ¿ya estás pensando en Pablo? Y yo contesté: No, no estoy pensando preciosamente en él.

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