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15 de julio de 2012

Rutina, sí, pero también felicidad.

El calor, algo sofocante, entra por la ventana de mi habitación. Los rayos de sol de la mañana le hacen compañía. Y, la pared blanca que está delante de mi ventana, refleja el sol y hace que las cuatro paredes que me rodean parezcan más amarillas de lo que son. Así todas las mañanas. Parece como si los tres factores se aliaran en contra mía. Rayos de sol, calor y pared blanca. Y, definitivamente, creo que se juntan todas las mañanas con el fin de despertarme, ya que la luz por las mañanas es una de las cosas que más odio en el mundo. Justo después de las serpientes, los tiburones, las algas y las medusas. Cuando la luz entra en mi habitación, poco a poco penetra por mis poros de la piel hasta que el calor se hace insufrible y tengo la obligación de despertarme. Además se que de un momento a otro entrará en mi estancia mi querido padre, rompiendo la más mínima pizca de tranquilidad que consigo por las mañanas, diciéndome que tengo que sacar a pasear a mi animal de compañía, una schnauzer preciosa, de seis añitos. Por cierto, la raza schnauzer es precedente de Alemania. Yo tengo raíces alemanas. ¿Casualidad? No creo. Pero bueno, como iba diciendo, me levanto de mi cómoda cama, que me da ofrecido tantísimas noches de descanso y me voy vistiendo para dar un paseo con Crisma (mi mascota). Pero no sin antes coger mi móvil de marca Blackberry, o como a mi me gusta llamarla ''Cacaberry'', encender el WhatsApp y mandarle un mensaje a una personita que me pide que la despierte todas las mañanas, nada más yo abra los ojos. Y eso es lo que hago, cada mañana. Hablo un poquito con esa persona mientras desayuno, recojo los platos y, por fin, voy a dar el paseo. Nada más entro en casa, vuelvo a usar mi móvil, y le vuelvo a hablar. Así hasta que llega la hora de comer. Me alimento, hablo de cosas sin sentido, o a veces hasta importantes, con mis papás y luego me tumbo en mi cama o, quizás, en la de mi madre, que es mucho más cómoda. Y así me paso horas tumbada y hablando con la mencionada persona. Hasta que mi conciencia me dice que debería hacer algo de deberes, porque si no mi madre se enfadará y acabaré diciendo adiós a eso de salir cada tarde. Y no quisiera pasarme las tardes encerrada en casa. Cuando acabo los deberes me doy una ducha y empiezo a prepararme para salir por la tarde. Cada día es una persona o personas diferente. Pero mientras me preparo, no puede faltar el hablar con la persona mencionada ya tantas veces. Me voy.
Vuelvo a casa. Doy otro paseo con mi mascota y me dispongo a cenar. Muchas veces en el salón con mi padre y otras muchas veces en mi habitación, con la compañía de la televisión. Sin la que por cierto se me haría difícil, por no decir insoportable, vivir. Después uso el ordenador. Mucho, muchísimo. Demasiado según mi madre. Hasta que llegan las doce y media y... ¡Tachán! Se conecta. Y hablamos, y hablamos y seguimos hablando hasta que dan las tantas. Y mi cuerpo me pide por favor que me duerma ya. Así que, con pena, le digo adiós, le mando besos y, más nuevamente, le digo 'te quiero'. Me duermo y con suerte, más de una noche sueño algo relacionado con quien hablé anteriormente. 
Al día siguiente por la mañana se repite el ritual de los rayos de sol, el calor y la pared blanca. Y todo lo demás también. La rutina de los días de verano. Pero es una rutina que me hace extremadamente feliz.

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