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5 de septiembre de 2012

2 de octubre del 2011

Acontecimiento que sucedió hace ya casi un año. Pero los recuerdos están tan vivos en mi cabeza que parece que hubiera sido hace un par de días. 
El ambiente esa tarde era algo húmedo. Cabía la posibilidad de que lloviera, por eso en mi mochila llevaba un paraguas. Aun que aun hiciera calor, llevaba pantalones vaqueros y manga larga. Ya que el concierto comenzaba a las 10, y a esas horas el clima es bastante fresco. Mis compañeras y yo nos encontrábamos en la cola dos horas antes de que empezara. Queríamos ser las primeras, y estar en la primera fila. Mientras, sentadas en un bordillo, escuchamos a la banda tocar y a mi se me llenaban los ojos de lágrimas. Hacía mucho que amaba esas canciones, que no paraba de escucharlas, noche tras noche, y ahora, las oiría a apenas 5 metros de mi. La emoción se apoderaba de mi y salía por mis ojos. 
El portero abrió la puerta del instituto donde se celebraba y todas entramos corriendo, para situarnos en buen sitio. Aun tuvimos que esperar a que salieran al escenario. Escuchamos a los teloneros. Por aquel entonces, yo no sabía que era un grupo tan fantástico. Ya que estaba demasiado emocionada por ver a Maldita Nerea. Pero meses después descubrí que eran enormes, y que su música me ayudaría a superar muchísimas dificultades. 
Una hora después, el esperado grupo salió al escenario. Mi emoción, que se guardaba en el fondo de mi estómago, reventó. Y salió por mi boca en formato chillido. Cantaba a todo pulmón cada canción. Una tras otra, notaba como mi voz perdía potencia y empecé a temer quedarme sin ella. Y así fue. Hubo una canción en la que no me salía la voz, y me vi obligada a callarme  4 minutos, que se me hicieron eternos. A la siguiente, ya pude cantar. Con una voz un poco diferente, pero daba igual. 
Después de saltar, chillar, aplaudir, reír y estar a punto de llorar, el concierto llegaba a su fin. Pero aun faltaban canciones que escuchar, que cantar, que disfrutar. Y entonces sonó una que emocionó a todo el público. Que comenzó a cantar en coro e hizo que el cantante enmudeciera. A cada rostro que me giraba a mirar, podía observar las lágrimas en sus ojos. En los míos también habían. Un par de canciones después sonó la que yo más esperaba. 
En una milésima de segundo mis ojos empezaron a echar agua, como si de una fuente se tratase. Cantaba, eso está claro, pero el llanto ahogaba muchas de mis palabras. Era treméndamente romántica, y eso hacía que mi emoción fuera más grande.
Llegó el final de la actuación. Que nos hizo agacharnos a todas las tortugas, y luego saltar. La verdad es que fue emocionante. 
Cuando todo acabó, y Jorge Ruíz se despidió de Gandía, mis amigas y yo nos dirigíamos a la salida. Hablando de lo espectacular que había sido. Las cuatro medio afónicas, pero felices. 
Y para finalizar, puedo decir, con la cabeza bien alta, que el 2 de octubre ha sido, de momento, la mejor noche de mi vida, con diferencia.

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